Entrevista a Justyna Pyzia

Justyna está esperándome sentada en un banco de la plaza París a la hora convenida. Hace ya días que le pedí que me concediese una entrevista para nuestra página web; ella ha sido, de todos los alumnos del Coll i Rodés, quien ha obtenido la mejor nota de acceso a la universidad en las PAU 2021.

Hace tan solo un curso que nos conocemos, aunque, a la suerte de haber podido ser su profesor, se suma la de haberlo sido también previamente de su hermano mayor, de quien Justyna habla con cariño no solo durante la entrevista, sino siempre, incluso cuando aparenta renegar de forma poco creíble de las conversaciones enjundiosas sobre historia que él y la madre, ambos historiadores, entablan a menudo.

Justyna es, rasgo a rasgo, un vivo ejemplo de la descriptio puellae. Y es capaz de sonreír con todo su rostro: no solo su boca sonríe; sonríen sus ojos, sus pómulos… Hace apenas unos días, yo ignoraba su fisonomía; Justyna ha sido, y seguirá siendo, una alumna de actitud impecable, lo cual, llevado al terreno de la pandemia que nos coarta, se ha traducido en que jamás en el aula se haya permitido un solo segundo de libertad sin mascarilla.

Esta es la segunda entrevista que concede Justyna en poco tiempo. La anterior fue ante el micrófono de Nova Ràdio Lloret, en compañía de las dos alumnas con mejor nota PAU de los otros dos institutos de Lloret de Mar donde se cursan estudios de bachillerato.

P.— ¿Qué tal sienta el verano?
R.— Muy bien. Estoy disfrutándolo con la calma de pensar que el esfuerzo durante el curso ha valido la pena. Ahora dispongo de tiempo para compartirlo con la familia, los amigos…, algo que no he podido hacer demasiado durante el curso.

P.— ¿Es muy exigente el bachillerato?
R.— Para mí, sí lo ha sido. Soy muy autoexigente y tiendo a estresarme. Aunque ahora soy consciente de que, si se consigue llevar todo el trabajo al día, resulta asequible. Eso es fundamental. Eso y creer en una misma.

P.— ¿Esa autoexigencia la desarrollas con los estudios o es un rasgo de personalidad que va más allá de ello?
R.— Es parte de mi carácter y hacía que me rayase si alguna nota era inferior a la que yo esperaba. Luego te das cuenta de que la nota te acaba dando para tu propósito, por lo que no merece la pena obsesionarse. Lo cierto es que he ido trabajando este aspecto: la preocupación es positiva; la obsesión, no.

P.— Y ahora, a la universidad. Doble grado de Educación Infantil y Educación Primaria.
R.— Sí. Siempre he tenido la duda acerca de cursar uno u otro, y tener al alcance este doble grado aclara el camino. No sé si será más difícil; pero creo que puede abrir más puertas el hecho de tener dos carreras. Por lo demás, me apetece tanto trabajar con niños de tres años como de nueve, o sea, que no espero tener que arrepentirme.

P.— Cursarás tus estudios en la UdG.
R.— Sí. Es una universidad cercana, que me permitirá ir y venir.

P.— Últimamente, hay una tendencia inequívoca a cursar másteres. No sé si estudiar un doble grado anula esa tendencia.
R.— Es posible. En mi caso concreto, dedicaré cinco años al doble grado y a la mención en inglés.

P.— ¿Sabes que, como tú, la máxima nota de acceso del curso pasado y la del anterior correspondieron a chicas que eligieron dobles grados? Estoy por pensar que es una opción inteligente.
R.— (Justyna, cómplice, ríe). Pienso que también he tenido algo de suerte, porque las notas de corte han subido mucho, generalmente; pero la que a mí me afecta apenas lo ha hecho una décima. Hace poco leí un artículo que vinculaba este escaso aumento al elevado índice de estudiantes que han suspendido las PAP.

P.— ¿Cuál es tu opinión acerca de las PAP?
R.— Lo veo bien. Obviamente, has de tener unos conocimientos básicos afianzados: ortografía, cálculo… No obstante, creo que no se nos informa demasiado sobre ellas; hay gente a quien casi le llegan por sorpresa. Para mí, fueron mucho más estresante las PAP que las PAU. Estas tienen un temario definido que preparas durante todo segundo de bachillerato y hacen media con la nota de expediente del instituto, que, en mi caso, ya era buena; las PAP, en cambio, son de temario más indefinido, apenas existen academias donde te ayuden a prepararlas y la nota lograda sirve para ser o no apta.

P.— Así es que, al margen de defectos logísticos, el sentido de las PAP las justifica plenamente. Ello me dice que consideras la ortografía como elemento esencial en la educación.
R.— (Justyna ríe, pero lejos de sentirse como en una encerrona, contesta decidida). Sí, realmente, es importante. Yo he procurado prestarle atención desde pequeña y, en buena medida, mis notas de lengua en las PAU han sido altas gracias a no tener grandes problemas con la ortografía.

P.— ¿De dónde surge tu vocación de ser maestra?
R.— Siempre he estado a gusto en compañía de los niños de familiares y amigos, pero la auténtica vocación empezó a manifestarse hace siete años, cuando nacieron mis hermanos gemelos. Observar cómo iban adquiriendo conocimientos y participar de ello me resultaba fascinante. Por otro lado, en el Coll i Rodés, he tenido profesores que me han marcado positivamente y eso ha contribuido a que yo también quiera dejar huella en los demás.

P.— ¿Cuál es tu historia vital?
R.— Llegué a Lloret desde Polonia cuando tenía cinco años y, al principio fue un tanto duro: las dificultades con el idioma hacían que entablar amistades no fuese muy fácil. Progresivamente, todo fue mejorando y, ya en el Coll i Rodés, desde el primer curso, logré hacer unas amistades maravillosas.

P.— ¿El catalán y el castellano han hecho que se oxide tu polaco?
R.— No. En casa hablamos todos exclusivamente en polaco, incluidos los gemelos. Es importante no abandonar la lengua materna. Y amplia los horizontes de escritura y lectura.

P.— ¿Eres lectora?
R.— Sí. Quizá no tanto como tú… (Justyna sonríe abiertamente ante la osadía de su amable ironía, dirigida a su exprofe de lengua y literatura). Intento leer en todas las lenguas en que soy capaz: polaco, castellano, catalán…, e incluso trato de hacerlo en inglés. No obstante, durante el curso, no he podido dedicar demasiado tiempo a leer (ahora soy yo quien sonríe abiertamente, tras apresurarse Justyna a afirmar que las lecturas prescriptivas sí las ha hecho).

P.— ¿Cómo se vive una época de restricciones sociales siendo adolescente?
R.— Los amigos vamos quedando para vernos. Obviamente, sin asumir riesgos. Creo que es una suerte que en esta época dispongamos de tecnología para anular distancias. Las redes sociales, los wasaps… En otro momento, todo habría sido aún peor. (No puedo evitar trasladar la pandemia a mis dieciocho años: ciertamente, un teléfono góndola de pared hubiera sido del todo insuficiente para saciar necesidades anímicas).

P.— ¿Qué harás este verano?
R.— Viajaré a Polonia para encontrarme con la familia. Precisamente, por culpa de la pandemia, hace ya mucho tiempo que no los veo… Es difícil, a veces, tener a la familia tan lejos.

P.— ¿De qué parte de Polonia sois?
R.— De un pueblo pequeño, cercano a Cracovia: Porąbka.

La geografía nos dio tema de conversación e intercambiamos experiencias en las que el hilo conversacional parecía no tener fin: de Polonia a la India; de la India a casa de Meghna, su buena amiga; de casa de Meghna a la comida picante…, y, no sé cómo, acabamos hablando de figuras retóricas y cambios semánticos por elipsis.

P.— Y, tras el verano, vuelta a la actividad. ¿Algún compañero con quien compartir de inicio la experiencia universitaria?
R.— Ninguno de mis compañeros de instituto; pero ya me he incorporado a un grupo de WhatsApp y estoy en contacto con otros estudiantes de la carrera. La experiencia de conocer gente nueva con la que comparto intereses resulta muy atractiva. Infunde respeto el primer día de universidad, por lo que el haber podido establecer contactos previos con compañeros con los que compartirás cinco años de tu vida ayuda mucho.

P.— ¿Serán clases presenciales?
R.— Ya disponemos del horario y habrá cuatro días presenciales y uno, en línea. Y, de los cuatro días presenciales, solo uno será con la totalidad de los alumnos del grupo, que somos unos cincuenta. Los otros tres días, las clases se harán con mitades de grupo. Parece todo muy bien organizado. Y es una suerte que no tengamos que estudiar a distancia: buena parte de la vivencia universitaria se encuentra más allá de las pantallas digitales. Estoy muy contenta.

P.— Las clases presenciales favorecerán que establezcas nuevas amistades.
R.— Sí, a este respecto, tengo buenas sensaciones. Se trata de sumar. De la primaria, todavía me queda una buena amiga, y las buenas amistades del instituto perdurarán.

Ha sido un placer compartir mesa con Justyna en la terraza del bar París. Le deseo sinceramente un feliz reencuentro con su familia y éxito en sus estudios universitarios, y la veo alejarse calle abajo con el ramo de flores que le he regalado nada más encontrarnos. Es un ramo con tres clases de flores, una de las cuales es la dalia, la hermosa flor de nombre epónimo de la que Justyna y sus compañeros de curso oyeron hablar cierto día, durante la declamación de la Sonatina de Rubén Darío: «Los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte, de Occidente las dalias y las rosas del Sur». De repente, recuerdo que no nos hemos tomado una fotografía de recuerdo con la que, además, ilustrar esta entrada en la web, de modo que salgo corriendo y le doy alcance dos esquinas más allá. Un transeúnte accede a tomarnos la fotografía y, así, queda eternizada la que ha sido una agradable tarde de julio.

 

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