Günter Grass, escriptor alemany, autor de El tambor de hojalata i guanyador del premi Nobel de literatura el 1999, ha mort als 87 anys.  Fa uns anys va protagonitzar una polèmica per la confessió de la seva vinculació a les joventuts hitlerianes de jove. Aquestes són paraules seves:            Â
“Durante mi entrenamiento para el combate con tanques no supe nada de crÃmenes de guerra. Pero mi llamada ignorancia no puede encubrir el hecho de que pertenecà a un cuerpo, un sistema, que planeó y organizó la destrucción de millones de seres humanos. Aunque yo mismo no me considerara culpable, siempre queda algo en la conciencia que no se puede limpiar, eso que solemos llamar con frecuencia responsabilidad compartida. Es seguro que tendré que vivir con ello para el resto de mi vida.”
Hem de jutjar l’home o l’escriptor? Una antiga polèmica.
L’altra pèrdua per a les lletres és la del periodista conscienciat i escriptor uruguaià Eduardo Galeano, mort avui als 74 anys. Un dels seus darrers llibres fou Los hijos de los dÃas, que vaig tenir l’oportunitat de llegir fa un parell d’anys:
3 de enero
La memoria andante
  En el tercer dÃa del año 47 antes de Cristo, ardió la biblioteca más famosa de la antigüedad.
  Las legiones romanasinvadieron Egipto, y durante una de las batallas de Julio César contra el hermano de
Cleopatra, el fuego devoró la mayor parte de los miles y miles de rollos de papiro de la Biblioteca de AlejandrÃa.
  Un par de milenios después, las legiones norteamericanas invadieron Irak, y durante la cruzada de George W.
Bush contra el enemigo que él mismo habÃa inventado se hizo ceniza la mayor parte de los miles y miles de libros de
la Biblioteca de Bagdad.
  En toda la historia de la humanidad, hubo un solo refugio de libros a prueba de guerras y de incendios: la biblioteca
andante fue una idea que se le ocurrió al Gran Visir de Persia, Abdul Kassem Ismael, a fines del siglo diez.
  Hombre prevenido, este incansable viajero llevaba su biblioteca consigo. Cuatrocientos camellos cargaban ciento diecisiete mil libros, en una caravana de dos kilómetros de largo. Los camellos también servÃan de catálogo de obras: cada grupo de camellos llevaba los tÃtulos que comenzaban con una de las treinta y dos letras del alfabeto persa.