El final de la Odisea

Y mientras Ulises regresaba a su isla, a Ítaca, ¿qué pasaba con su familia?
Las costumbres de Ítaca obligaban a que la reina se casara con un pretendiente, así que, a medida que pasaban los años, los hijos nobles de Ítaca fueron acudiendo a palacio. Penélope estaba obligada a servirles grandes banquetes y grandes festines, hasta que escogiera marido, pero ella no se quería casar, así que les iba dando largas y ponía múltiples excusas.
Un día, presionada para que se casase, ideó un plan. Dijo que su suegro Laertes era muy mayor, que le tejería una mortaja, y que una vez estuviera acabada la mortaja, se casaría.
Penélope era muy lista; por el día tejía y por la noche… ¿Sabéis qué hacía? Destejía lo que había hecho durante el día. Pero una esclava traidora la espió una noche y al día siguiente la denunció a los pretendientes. Los pretendientes estaban furiosos. ¡Penélope tendría que dejarse de engaños y escoger marido!
Pues en estas circunstancias llegó Ulises a las playas de Ítaca. Palas Atenea era una diosa que lo había ayudado anteriormente, así que se le apareció y le dijo que la situación en Ítaca era muy complicada, y que si alguien lo reconocía, sin duda lo mataría. Y entonces lo transformó en un mendigo cubierto de harapos, con un cayado, y le mandó que fuera a ver a su viejo porquerizo, que sin duda le explicaría qué pasaba en Ítaca. Ulises fue a ver a su porquerizo, y en la casa estaba escondido su hijo Telémaco, ya que los pretendientes también lo querían matar. Entonces Palas Atenea lo transformó en la forma real de Ulises. El viejo porquerizo lo reconoció y lo abrazó. Telémaco abrazó por primera vez a su padre, pues no lo conocía.
Entonces idearon un plan ente los tres. Palas Atenea transformó otra vez a Ulises en mendigo, y los tres fueron al palacio real. Al acercarse a palacio, en un montón de estiércol, Ulises vio un perro, un viejo perro que ya no se podía mover… se estaba muriendo… Se dio cuenta de que era su perro, el cachorro que había dejado en Ítaca al partir a la guerra de Troya. El viejo perro reconoció a u amo, gimió, movió la cola de contento y se murió de la emoción, al ver de nuevo a su amo.
Ulises entró en el Salón del trono. Allí pidió hospitalidad. Los pretendientes se rieron del viejo mendigo y le tiraron copas de vino, trozos de carne… Penélope gritó horrorizada. ¿Cómo se atrevían a comportarse así con alguien que pedía hospitalidad? Los dioses los castigarían. La mujer de Ulises pidió a la vieja nodriza que lavara los pies del mendigo.
La nodriza se acercó al mendigo y, al ir a lavarle los pies, un grito salió de su garganta. ¡El mendigo tenía la misma cicatriz en la pierna que había tenido su antiguo amo, Ulises, que se la había hecho yendo un día de caza!… ¡Aquel mendigo era su amo!
Ulises le tapó la boca: -Calla, vieja nodriza, si dices quién soy estos pretendientes me matarán- Y la nodriza se calló.
Los pretendientes exigieron a Penélope que escogiera marido. La mujer de Ulises no tenía escapatoria… Entonces ideó un plan.
Veréis, antes de que Ulises partiera a la guerra de Troya, se entretenía de una manera un tanto curiosa: Palas Ateneas le había dado un arco enorme, muy difícil de armar. Se necesitaba la fuerza de un dios para poder utilizarlo, de un dios o de alguien especial, tan especial como Ulises. Además, Palas Atenea le había concedido el don a Ulises de que allá donde ponía el ojo… ponía la flecha, así que nunca fallaba
Ulises, antes de partir a la guerra de Troya, solía coger 12 hachas de doble filo, las ponía en fila y… zas! Atravesaba con una flecha las arandelas. Y Penélope dijo que se casaría con aquel que fuera capaz de armar el arco de Ulises y atravesar las doce hachas.
Los pretendientes lo intentaron sucesivamente… Todo inútil… En ese momento el viejo mendigo, es decir, Ulises, levantó la mano y pidió permiso para intentarlo. Todos los allí reunidos se rieron de él, todos excepto Penélope, que dijo que también tenía derecho a intentarlo.
El viejo mendigo tomó el arco, y mientras lo armaba, Palas Atenea lo transformó en su ser real, y ya Ulises tiró la flecha y atravesó las doce flechas.
Un grito de horror salió de la boca de sus enemigos. Estaban encerrados en la Sala del Trono. Telémaco había cerrado las puertas y no podían salir. Ellos estaban desarmados, y Ulises tenía su arco mortal, Ulises, que allá donde ponía el ojo hacía diana…
Todos los pretendientes murieron, y el suelo del salón de trono se llenó de cadáveres. Todo era un mar de sangre.
Y Ulises pudo reinar finalmente en Ítaca, con su mujer Penélope y su hijo Telémaco.
Y aquí acaba la historia de La Odisea, de Homero.

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