El desayuno (un poema de Luis Alberto de Cuenca)

Me gustas cuando dices tonterías,

cuando metes la pata, cuando mientes,

cuando te vas de compras con tu madre

y llego tarde al cine por tu culpa.

Me gustas más cuando es mi cumpleaños

y me cubres de besos y de tartas,

o cuando eres feliz y se te nota,

o cuando eres genial con una frase que lo resume todo,

o cuando ríes (tu risa es una ducha en el infierno),

o cuando me perdonas un olvido.

Pero aún me gustas más, tanto que casi

no puedo resistir lo que me gustas,

cuando, llena de vida, te despiertas

y lo primero que haces es decirme:

«Tengo un hambre feroz esta mañana.

Voy a empezar contigo el desayuno».

Luis Alberto de Cuenca

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El desayuno es un buen texto para trabajar en clase, tanto por su forma como por su contenido, porque obliga al alumno a revisar lo aprendido sobre poesía, analizándolo desde una perspectiva distinta.

En cuanto a su forma, cabe decir que se trata de un poema de estructura paralelística, es decir, armado a partir de la repetición de frases y de ideas, que, además, huye de la retórica artificiosa y de las florituras que los alumnos han tenido la ocasión de encontrar en otros poemas, que les parecen vacías, insustanciales, escollos para llegar a entender su contenido.

Se trata también de un poema con un ritmo muy marcado, pero sin rima, es decir, articulado a partir de versos libres. También este hecho es cuestionado por los alumnos. «¿Un poema es un poema si no tiene rima?», se preguntan.

Y si a eso le añadimos la ausencia de adjetivos (sobre todo si se les ha dicho antes a los alumnos que el adjetivo es una especie de termómetro de la genialidad que distingue a los buenos escritores de los mediocres), cómo van a asumir ahora, sin cuestionarlo, que la esencia de un texto se encuentra en los sustantivos y que buscar lo esencial también tiene su valor?

En un principio, también el lenguaje cotidiano del texto es acogido con cierto recelo. Les parece demasiado familiar, de estar por casa. ¿Cómo es posible que vocablos tan humildes puedan constituir la materia prima de un texto literario? Se diría que el alumno entiende que un poema ha de estar vestido forzosamente de gala, que de no ser así desentona, igual que desentonamos en una fiesta vestidos con unos informales tejanos.

A los alumnos les sorprende saber que se puede hacer poesía de las pequeñas cosas, porque aquello que las aleja de la banalidad y lo estereotipado es la mirada, la visión personal que el poeta tiene de todo aquello que conforma el mundo que lo rodea. Y que la magia no reside en las palabras aisladas, sino en las palabras ubicadas en un contexto, colocadas estratégicamente de un modo en el que se convierten en únicas, imprescindibles. Por eso un vocablo se queda huérfano cuando se lo saca de su contexto, perdiendo así una parte de su sentido.

Asombra que, por un lado, el alumno rechace los poemas complejos porque no los entiende, pero que por otro desconfíe también de los poemas sencillos, precisamente por su sencillez. Pero lo que parece contradictorio en un principio quizá no lo sea tanto. Se ha acostumbrado a pensar que los poemas tienen que ser de un modo y cuando descubre que no es así necesariamente, esa nueva perspectiva le disgusta porque lo nuevo desorienta, descoloca. Desconfiamos de lo novedoso hasta que nos acostumbramos a ello.

Por todas estas razones algún alumno se atreve a afirmar dogmático que el texto, en realidad, no es un poema. Su osadía incluso lo lleva a señalar que el poeta no se ha exprimido demasiado las neuronas a la hora de crear algo tan sumamente sencillo, que no sigue las reglas consabidas de la poesía.

Pero todas esas reticencias desaparecen cuando se invita a los alumnos a jugar. Precisamente, por la sencillez de su estructura y de su contenido, este poema amoroso, que trata sobre las cosas que le gustan al yo poético de su amada, es un buen modelo para ser imitado. Y es que para conseguir un estilo propio antes hay que haber emulado lo que otros han escrito antes. Por lo menos ese es el camino que dicen haber seguido los grandes escritores.

Se trata de mostrar a los alumnos solamente la parte del texto que se repite para que reconstruyan la que cambia con sus propias palabras, de manera que expresen lo que les gusta de esa persona real o imaginaria a la que van a referirse, de este modo:

EL DESAYUNO

Me gustas cuando dices tonterías,

Cuando_____________________ , cuando___________________ :______

cuando___________________________________________ con tu madre

y llego tarde al cine por tu culpa.

Me gustas más cuando_________ ____________________________________

y me cubres de besos y de_________________________________ ,

o cuando eres feliz y se te nota,

o cuando eres genial con una frase que lo resume todo,

o cuando ríes (tu risa es una ducha en el infierno),

o cuando_____________________________________________________ .

Pero aún me gustas más, tanto que casi

no puedo resistir lo que me gustas,

cuando, lleno de vida, te despiertas

y lo primero que haces es decirme:

«___________________________________________.

___________________________________________».

                                                                                  Luis Alberto de Cuenca

Para ello tienen que confeccionar una lista de cosas que les gustan de la otra persona, en una gradación que irá de menos a más, hasta llegar a los versos finales, en los que curiosamente la intuición los acabará llevando hasta el título, recuperando el tema del desayuno.

A continuación, compararán el texto que han escrito con el original y descubrirán entonces que en alguna cosa han coincidido con el poeta. No se trata de acertar o no acertar, sino de buscar algo realmente singular. Pero lo cierto es que las coincidencias siempre gustan. Es como si, de algún modo, pensaran que han leído la mente del poeta.

Hay que decir que, durante el proceso de escritura, se dan momentos de zozobra. Y es que los alumnos son muy pudorosos a la hora de hablar de sentimientos, y no sirve de mucho que se les diga que el autor del poema y el yo poético no constituyen una misma entidad, o que uno puede escribir sobre el amor sin estar enamorado, igual que un escritor de literatura policíaca puede meterse en la piel de un asesino sin haber matado a nadie, o un actor es capaz de mirar el mundo con otros ojos que no son los suyos para interpretar un personaje.

Resulta chocante lo conservadores que pueden llegar a ser algunos alumnos, en el sentido de que sienten la imperiosa necesidad de ser fieles a su realidad, rechazando la libertad total que les propone la literatura para fantasear con lo desconocido. Escriben con la mentalidad de los escritores románticos, que identificaban peligrosamente vida y obra, hasta el punto de que no pocos de ellos, con una coherencia dramática, acabaron suicidándose víctimas de amores desgraciados, después de haber dejado plasmado su hondo sufrimiento en obras inmortales. El caso es que los alumnos no se sienten a salvo, aunque les digas: «Tranquilos, que esos de ahí no sois vosotros, sino entes ficticios.»

También durante el proceso de escritura, se escucha alguna que otra sonrisa. El poema les parece cursi. «¿Pero no describe acertadamente la experiencia del enamoramiento?», pregunto. El yo poético alaba a su amada de tal forma que hasta convierte sus defectos en virtudes. Es ahí cuando hay que hacer referencia a la idealización. «¿No os ha pasado alguna vez que algún o alguna amiga vuestra os ha hablado maravillosamente bien de la persona de la que está enamorado/a, a la cual conocéis, y estimáis, pero que reconocéis que no es un dechado de virtudes?».

Los dos versos finales, que reproducen literalmente las palabras de la amada, frescas, juguetonas y sensuales, resultan también verosímiles en su contexto: «Tengo un hambre feroz esta mañana. Voy a empezar contigo el desayuno».

En un primer momento, los alumnos no saben interpretar la metáfora sexual, y alguno, al captar el sentido, se permite decir que eso convierte el texto en pornográfico. Ahí es donde hay que aclarar que el erotismo es sutileza, insinuación, que no muestra nada. La pornografía, sin embargo, utiliza un lenguaje directo, explícito. Y eso aquí no se da. Lo que hay es erotismo.

Estaría bien decirles, recogiendo las palabras de Ítalo Calvino, que «toda literatura es erótica como es erótico todo sueño. Pues el eros está contenido en cada acto creativo, en el acto de escribir». Pero me costaría encontrar las palabras exactas para hacerme entender, y aun así es posible que no me entendieran.

Si hay un paraje literario por el que se pierden desorientados los alumnos, ese es el de la metáfora. Quizá es lo más difícil de entender de un poema, pero lo que más nos acerca al singular mundo del poeta. Tampoco han entendido la metáfora de la risa: «Tu risa es una ducha en el infierno».

«¿Cómo es esa sonrisa?», les pregunto. «Es una sonrisa diabólica», responde una alumna. «No, todo lo contrario. Es una sonrisa que salva, una sonrisa salvadora», digo yo. Pero para ser más prácticos, y apelando al sentido de la vista, se les puede pedir que se imaginen una situación: están en la montaña, un día de verano, con un sol de justicia, sin un árbol bajo el que cobijarse, con la cantimplora vacía, y, de repente, una bocanada de aire fresco les acaricia la cara y se escucha el rumor del agua de un riachuelo en algún lugar cercano. Pues bien, esa sonrisa de la que se habla en el texto tiene el mismo poder reconfortante que ese rumor del agua o ese aire fresco. El tono del poema es alegre. Y es precisamente una sonrisa lo que hace desaparecer el miedo y el dolor.

Y en cuanto a ese infierno, quizá más de un alumno, influido por la lectura de Ulises, debe habérselo imaginado habitado por fantasmas, algunos de ellos condenados a torturas eternas en el Averno, como los desgraciados Tántalo y Sísifo.

Pero no es difícil hacerles ver que cada uno dispone de su infierno particular, allí donde habitan sus monstruos, sus miedos, sus desvelos.

Para interpretar un texto literario en toda su profundidad, no sólo es necesario haber leído mucho, sino haber vivido lo suficiente para reconocer todo aquello de lo que se nos habla. Los que hemos dejado atrás la juventud podemos distanciarnos del poema con cierta mirada ironía, con una sonrisa algo desencantada. Conocemos esa enorme distancia que existe entre la realidad y el deseo, y la frustración que esta puede llegar a causarnos. Otra cosa es que juguemos a no darnos cuenta de ello, elogiando nuestra propia locura.

No deja de ser irónico que muchos adolescentes te digan que no tienen capacidad para forjar historias, si pensamos que enamorarse no deja de ser la invención de un personaje a partir de un ideal, en el que proyectamos nuestras necesidades y deseos. En ese sentido todos somos creativos forzosamente.

 

M.M.M.

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