QUIZÁS HEMOS CREADO NOSOTROS UNA NUEVA ESTACIÓN
Caminas, te paras y observas. Estamos a mediados del otoño madrileño y te das cuenta de que los colores rojo, amarillo, marrón y naranja que siempre han predominado en otoño ahora están dominados por un síndrome de apellido Diógenes que acumula montones de hojas en los parques y hace disfrutar a los niños. Sigues caminando y acabas corriendo persiguiendo aquella luz que, disfrazada de nostalgia, te hace pensar en la utopía de disfrutar de unos pocos rayos de sol.
Pero cuando crees que los vas a encontrar vuelves a observar bien y lo único que ves es a una niña usando su primera bufanda de lana este año; un hombre con su primer abrigo y a una madre obsesionada con que su bebé no pase frío. Y te das cuenta de que todo ha quedado bajo los efectos de aquella sombra que un día llamaste calor y que, aunque se hace notar, algunos –aunque pocos– días, sigue mandando el frío y, con él, las ganas de pasar los domingos rodeados de literatura.
No sé si será casualidad, pero aquella bufanda de la niña es roja, el abrigo del hombre marrón y la manta con la que aquella mamá tapa a su hija es amarilla… Quién sabe, quizás somos nosotros los que hemos llamado al otoño para que sea testigo de tres meses más que van a pasar volando y, solo quizás, hemos sido nosotros los que hemos dado paso a una nueva estación.
