Castellano- 2 de junio. Juan con suerte. Compresión lectora.

¡Buenos días! Hoy os dejo una lectura cortita y muy bonita para que disfrutéis de esta primera semana de junio. A continuación encontrareis unas cuantas preguntas en el cuestionario para aseguraros que habéis entendido bien el texto.

JUAN CON SUERTE

 

Érase una vez un muchacho llamado Juan, que tenía veinte años. Tras siete años de servicio y duro trabajo como criado sintió al fin deseos de volver al hogar junto a su madre.

– Me has servido fiel y honradamente- le dijo su amo al despedirse-, y tu premio estará a la altura del servicio- y le entregó a Juan un pedazo de oro tan grande como su cabeza.

El muchacho sacó un pañuelo del bolsillo, envolvió en él el oro y, emprendió el camino a su casa. Mientras andaba, vio a un hombre montado a caballo.

Sería fantástico poseer un caballo, porque entonces no tendría que ir cargado con él como pasa con el oro: sería yo el que cabalgara sobre él cómodamente.

El jinete, al oírlo, le propuso:

– ¿Deseas que intercambiemos nuestras posesiones?

 

– ¡Cómo no!- exclamó Juan- Mis pies ya no pueden cargar más con este oro.

 

Juan con suerte - Escuelapedia - Recursos Educativos

 

Cabalgando en su caballo, Juan no cabía en sí de contento.

Soy muy afortunado, pensaba, pues está claro que he salido ganando con el cambio al no tener que llevar esa pesada carga sobre mis hombros. Pero el

animal, se puso a galopar tirándole de la silla. Un aldeano, que pasaba cerca llevando una vaca atada a una cuerda, se acercó para comprobar que no se

hubiera hecho daño.

– Tú si que tienes suerte- le dijo al aldeano- puedes caminar tranquilamente junto a tu baca, sin miedo a que te haga daño. Y además, te da leche, mantequilla y queso. ¡Lo que daría yo por tener un animal así!

– ¿La cambiarías por tu caballo?- le preguntó el campesino.

– ¡Claro que sí! Pero para ser honesto, debo advertirte que no haces buen negocio. A lo que el otro respondió con una pícara sonrisa.

Con la vaca caminando a su lado, Juan no paraba de maravillarse de su suerte:

– Es un negocio fantástico, muy difícil será que no encuentre un pedazo de pan donde untar la mantequilla. Y no pasaré sed, pues sólo tengo que ordeñarla para obtener rica leche.

Y antes de acabar la frase, ya estaba preparándose para hacerlo. Pero también el ordeño tiene su arte, y la vaca, cansada de la torpeza del muchacho, le dio
una coz que lo lanzó hasta el otro lado del camino.

Juan comenzó a hablar con un muchacho que pasaba por allí. Entablaron conversación y Juan le contó sus aventuras desde que partiera con la enorme pieza de oro, pago de sus siete años de servicio.

El muchacho, al ver la simpleza de los razonamientos de Juan, no pudo resistir la tentación de aprovechar la ocasión con malas artes:
– No me gustaría estar en tu pellejo, corres un grave peligro, pues esta vaca se parece mucho a la que robaron al alcalde, y si te ven, quizás te acusen de haber sido tu el ladrón- mintió el mozo- Pero como me has caído bien, estoy dispuesto a hacerme cargo de tu vaca y darte mi oca a cambio.
– Soy el más mimado por la fortuna- decía Juan para sus adentros- no sólo tomaré un buen asado de oca, sino que podré dormir plácidamente sobre la almohada que rellene con sus plumas. ¿Se puede ser más feliz?

Y en esto que topó con un afilador, que cantaba mientras realizaba su trabajo. Juan se acercó a él con la oca bajo el brazo, dispuesto a entablar conversación:
– Muy bien os deben ir las cosas cuando cantáis de esa manera.
– En efecto, contestó el hombre, un afilador sólo tiene que meter la mano en el bolsillo para obtener dinero, es una buena profesión. ¿Y tú? – ¿Dónde vas con esa oca?
– La cambié por una vaca, contestó Juan.
– Y la vaca, ¿de dónde salió?
– Lo cambié por un caballo que a su vez había cambiado por un lingote de oro que me dieron en pago a siete años de trabajo.
El afilador, dándose cuenta de las pocas luces de Juan, le ofreció:
– En ese caso, si deseas levantarte cada mañana escuchando el tintineo del dinero, te recomendaría que cambiases tu oca por esta piedra de afilar.
– ¡Claro! ¡Es justo lo que buscaba!

Y de nuevo se puso en camino, habiendo dejado la oca con el afilador y cargando la piedra a hombros.
– Qué afortunado soy, no cabe duda de que he salido ganando con el cambio.
Pero cuando ya divisaba a lo lejos la casa de su madre, cansado paró en un pozo a beber agua, y al inclinarse, la enorme piedra cayó dentro.
– ¡Esto sí que es suerte!- exclamó Juan. Y acto seguido se arrodilló para dar gracias a Dios por haberle librado del peso de aquella piedra que le hacía ir
encorvado.
– ¡Madre, madre!, gritaba mientras corría hacia la casa. Alégrate, pues no se puede tener un hijo con mayor fortuna que la mía. ¡Por algo me llaman Juan con suerte!

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