“Era Maldo de Vilanova”. El relat escrit sobre història de Vilanova per l’alumna Helena Bardi, de 3r d’ESO

Escrit per Helena Bardi

Empezaba a hacer calor en Vilanova i la Geltrú. La primavera daba paso al verano. Los días eran largos y las noches cortas. La gente salía más a la calle y las plazas se llenaban de niños jugando. Vilanova era uno de los puntos pesqueros más importantes de Cataluña. Muchos de sus habitantes se dedicaban a faenar en el mar: el trabajo era muy duro. Las jornadas de los pescadores eran muy largas. Se pescaba todo tipo de peces y mariscos. Las barcas se varaban en la arena. Los pescadores tenían que arrastrarlas tirando con cuerdas y empujando hasta que las sacaban del mar y las dejaban en la arena hasta la siguiente jornada. La mayoría de estos trabajadores vivían en el barrio de mar; esta zona se consideraba una de las más pobres del pueblo. En uno de los balcones que daban al mar, siempre se veía la silueta de un hombre con un pájaro al hombro. Era un viejo pescador de unos 70 años que muchas horas se las pasaba mirando las aguas de nuestro Mediterráneo. Su apodo era Maldo.

Maldo siempre fue pescador, era de esos hombres que llevaba el mar en las venas. Hace unos años había encontrado un pichón de paloma caído del nido al cual recogió, alimentó y cuidó. El ave nunca lo abandonó y le encantaba ponerse en su hombro. Maldo vivía solo. Tenía las manos rudas con la piel agrietada por la sal del mar. Era muy alto y delgado. De su cara sobresalía una nariz aguileña. Siempre llevaba el pelo muy corto. En su boca siempre había una ramita de romero. Vestía con una camisa gris de manga larga hiciera frío o calor. Ahora ya no trabajaba: se había hecho mayor y el duro oficio había dejado huella en su cuerpo. Se dedicaba a ayudar a una de las embarcaciones que pescaban sepia. Cuando a primera hora de la tarde llegaba dicha barca, él y su inseparable compañera, iban a reparar lo estropeado durante la jornada y a clasificar las sepias para poder venderlas. A cambio, le daban una parte de lo pescado con lo que cocinaba sus platos marineros preferidos. El patrón de la barca era uno de sus mejores amigos y con él, salían a faenar dos pescadores más. Por el barrio corría un chiquillo de cabello rizado y largo hijo de pescadores que siempre iba detrás de Maldo. Este, le había enseñado a remendar redes, a hacer nudos marineros, reparar nasas y otras cosas del oficio: su apodo era Quiquet. El joven Quiquet se había convertido en su aprendiz. Así como Maldo era basto y rudo trabajando, el joven era limpio y pulido en lo que iba aprendiendo. Amanecía un nuevo y caluroso día, Maldo enseñó a Quiquet hacer el as de guía y a colocar las hojas de planta dentro de dos nasas que tenían preparadas para sustituir a la vuelta de la barca las que estaban dañadas. Llegaba la hora del regreso de las embarcaciones y la que esperaban ni tan solo se veía de lejos. Fueron llegando todas menos las que ellos esperaban… el viejo presintió que algo malo había pasado. Empezó a preguntar a los compañeros de las otras barcas y nadie sabía nada.

Solo un pescador dijo haber visto una mancha en la superficie del mar. Parecía como si trescientas sepias hubieran soltado su tinta a la vez. Empezaba a anochecer y los pescadores se movilizaron para salir al mar en busca de los desaparecidos. Apenas se adentraron unas millas, empezaron a ver los restos de nasas flotando que Maldo y Quiquet habían construido. Unos metros más adentro, los despojos de la embarcación. A lo lejos alguien luchaba por no ahogarse: era uno de los pescadores que trabajaba con el amigo de Maldo. Estaba tan cansado de mantenerse a flote que faltó poco para que perdiera el conocimiento. Ya en tierra y un poco recuperado, pudo explicar que de pronto una mancha negra apareció sobre el agua y de golpe la boca de una sepia de unos seis metros empezó a morder y a romper las nasas de la embarcación. El patrón y su compañero pescador perecieron en el ataque: la sepia gigante los engulló. El superviviente pudo saltar a tiempo de la barca y salvarse; aunque casi muere ahogado en el intento. El pánico se apoderó de los pescadores de Vilanova: ya no salían a faenar. Tenían miedo de ser víctimas de la gran sepia. Maldo no podía pensar en nada más que en su amigo muerto. Pasaban los días y cada vez le obsesionaba más la idea de la venganza. Empezó a tramar un plan: construiría una nasa de tales dimensiones capaz de pescar al monstruo. Tuvo que recurrir a la ayuda de Quiquet: entre los dos buscaron cañas muy largas, cuerdas muy fuertes y un gran lecho de hojas capaces de atraer al gigante. Pasaron sesenta días y sesenta noches construyendo la trampa… Quiquet iba cortando los hilos que colgaban de los nudos que hacía Maldo con el fin de atar las cañas y dar forma a la nasa. Por fin estaba construida la trampa. Maldo pidió a varios patrones que lo llevaran a alta mar para dejar la nasa y recogerla al día siguiente. Ninguno de ellos accedió: estaban aterrorizados… Solo uno se prestó a dejar su embarcación con la condición de que debería ir solo.

Maldo no era patrón, solo pescador y tuvo que contar con la ayuda de Quiquet ya que su familia eran patrones y le habían enseñado a manejar barcas. El oleaje era suave, pero el temor les hacía ver un temporal. Llegaron a la zona donde pensaban que había tenido lugar el accidente. Colocaron la nasa para volver al día siguiente para ver si la sepia había caído en la trampa. Y así fue: el monstruo había entrado aquella noche en la jaula sin opción a escape. Maldo y Quiquet, impresionados por las dimensiones del cefalópodo, intentaron subir la sepia y la nasa a bordo, cosa que resultó imposible. Ni el viejo ni el joven tenían suficiente fuerza y decidieron remolcar al animal dentro de la nasa hasta la playa. Allí todos los pescadores esperaban y aclamaban al héroe y a su compañero. La gran sepia había luchado tanto para escalar de la trampa que tan bien había diseñado Maldo, que cuando la dejaron en la arena, ya había muerto de cansancio. La cortaron a pedacitos y sirvió de comida para gaviotas y cangrejos. Maldo había vengado la muerte de su amigo y compañero. El viejo pasó a ser el héroe de Vilanova. Aunque él siempre dijo que sin Quiquet no hubiera conseguido derrotar al monstruo. Maldo acabó su vida con “la Coloma” al hombro mirando al mar desde su balcón y recordando a su amigo el pescador de sepias. Quiquet creció y se convirtió en el pescador más valiente del puerto: no temía ni al viento ni a los temporales… había ayudado al héroe a derrotar al monstruo.

PD: Con este relato he querido hacer un homenaje a dos pescadores de Vilanova: mi bisabuelo, que lo apodaban Maldo, y a mi padre, apodado Quiquet.

2 comentaris

Deixa un comentari

L'adreça electrònica no es publicarà. Els camps necessaris estan marcats amb *

XHTML: Trieu una d'aquestes etiquetes <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>