El árbol de la ciencia (SPOILER)

EL ÁRBOL DE LA CIENCIA

Pío Baroja

El árbol de la ciencia es la historia de una vida, la de Andrés Hurtado. La obra empieza el primer día de facultad de Andrés, donde emprende sus estudios superiores sin mucho interés, hace algunas amistadas que reemprenderá más tarde y, sobre todo, tiene un primer contacto con las costumbres académicas “españolas”, basadas en la hipocresía por parte de muchos profesores, la falta de rigor por parte de otros y una sucesión de clases infinita y muchas veces absurda en la práctica.

Pío Baroja, médico de profesión y prolífico escritor, fue uno de los componentes más relevantes de la denominada “Generación del 98” y, asimismo, uno de los grandes impulsores de la corriente regeneracionista en España, muy crítica con el sistema de la Restauración monárquica y con el inmovilismo de la sociedad de la época.

El árbol de la ciencia es la historia de una vida, la de Andrés Hurtado. La obra empieza el primer día de facultad de Andrés, donde emprende sus estudios superiores sin mucho interés, hace algunas amistadas que reemprenderá más tarde y, sobre todo, tiene un primer contacto con las costumbres académicas “españolas”, basadas en la hipocresía por parte de muchos profesores, la falta de rigor por parte de otros y una sucesión de clases infinita y muchas veces absurda en la práctica:

“Por una de esas anomalías clásicas de España, aquellos estudiantes que esperaban en el patio de la Escuela de Arquitectura no eran arquitectos del porvenir, sino futuros médicos y farmacéuticos (…) Aquella aparición teatral del profesor y de los ayudantes provocó grandes murmullos”.

Con algún esfuerzo sigue su trayectoria en la universidad, aunque lo que de verdad le apasiona a Andrés es el comportamiento humano, sus inquietudes, la búsqueda de la verdad. En definitiva, cuestiones más trascendentes, más filosóficas. La lectura de Kant, Schopenhauer… todo esto es crucial en la evolución de Andrés, que el lector ve madurar y desarrollar sus ideas y convicciones:

“El nuevo interno no llevaba el camino de ser un clínico; le interesaban los aspectos psicológicos de las cosas”.

El punto álgido en el pensamiento de Hurtado se alcanza en las charlas de su tío Iturrioz, quien se convierte en su confidente y amigo y con quien puede debatir y expresar sus ideas de forma explícita. La mayor parte del pensamiento de Pío Baroja se concentra aquí, donde vemos claramente que Hurtado es el alter ego del escritor y, donde también nos damos cuenta de que ya no es el joven desorientado y expectante de la primera parte del libro.

A partir de aquí toma una actitud particular, con su marcha al pueblo de Alcolea para ejercer su labor de médico, donde descubre una sociedad todavía más anclada en el pasado si cabe. Pasados unos meses es ese mismo entorno, anacrónico, el que lo empuja a volver a Madrid, ya que Hurtado representa para ellos el progresismo, la innovación, algo que los caciques del pueblo no están dispuestos a aceptar.

De vuelta a Madrid se ve obligado a trabajar en el centro de higiene, recomendado por su tío, algo que disgusta y sume en una profunda desesperación a Andrés, precisamente por el hecho que, ni en la paz del campo ni en el bullicio de la ciudad los cambios arraigan en España. Desesperanzado, lidia cada día con prostitutas, con indigentes y otras personas en situación de marginación social que no tienen otra salida. Iturrioz, en vista de este sentimiento de impotencia de Andrés para cambiar el mundo y lo que ello conlleva, le consigue un trabajo como traductor de revistas científicas, más tarde incluso redactando sus propios artículos.

Contra todo pronóstico acaba contrayendo matrimonio con Lulú, una amiga de infancia, cínica, pragmática, libre. En definitiva, una mujer que siempre había sido lo contrario de lo que se esperaba de ella, pero fiel, valiente y que amaba a Andrés en secreto. Esta unión es a la vez una bendición y fatal para el médico, ya que desemboca en la muerte en el parto de Lulú y el hijo que esperan, y a su vez, provoca el suicidio de Andrés, que ve como la naturaleza siempre gana la partida. En este final dramático, muy propio de Pío Baroja, se puede apreciar un ápice de ese idealismo del hombre, derrotado por el árbol de la ciencia:

“-Ha muerto sin dolor- Murmuró Iturrioz. -Este muchacho no tenía fuerza para vivir. Era un epicúreo, un aristócrata, aunque él no lo creía.

-Pero había en él algo de precursor- murmuró el otro médico”.

Irene Gómez, 2o BACH

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