Viatge a Buchenwald

Núria Catena Santafè, 1º Bach A

REFLEXIÓN SOBRE EL VIAJE A BUCHENWALD

Siempre, desde que somos bastante pequeños, nos han hablado del Holocausto y de las atrocidades que sucedieron durante ese período histórico. Todo el mundo lo sabe. Que si esto está mal hecho, que si nunca más se debe repetir, que si quienes colaboraron fueron verdaderos locos, que si esto, que si lo otro. Lo escuchamos tan a menudo que hemos llegado a un punto que nos hemos insensibilizado. El exceso de información hace esto. Pero, ¿cómo hacer que algo se nos remueva, que algo de conciencia despierte en nuestros interiores? Con salidas como la que hicimos al campo de concentración  Buchenwald.

Mientras estuvimos en Weimar, excepto cuando fuimos a la fábrica de Topf & Söhne, no éramos conscientes de la magnitud de los horrores a nuestro alrededor. Sí, está todo marcado por la sombra, que aún perdura, del Führer y del régimen nacionalsocialista. En cuanto fuimos a la ya mencionada fábrica, en Erfurt, algo cambió; las ideas que hasta ese momento no eran más que palabras que habían sido repetidas una y otra vez, se convirtieron en realidades. Allí empezamos a entrever como la victoria del régimen nazi en Alemania no era cosa de una minoría, sino de diferentes personas, grupos, colectivos, que habían hecho la vista gorda a lo que pasaba a su alrededor por sus ganancias económicas o para no salir perjudicados ellos mismos. Vimos como, una industria que podría haber perdurado sin la necesidad de fabricar los hornos crematorios del mismo Buchenwald y Auschwitz, entre otros, hacía negocios y se afiliaba al partido de Hitler para mantener el estatud social y las ganancias monetarias, aunque estas supusieran tan sólo el 2% de la renta de la fábrica.

Teniendo esto en cuenta, y una vez llegamos al campo, lo que más me sorprendió es la normalidad, la rutina. ¿Y qué si hay miles de personas muriendo al otro lado de la reja? ¿Y qué si los estoy matando yo con mis propias manos? ¿Y qué? No son personas; sólo hago mi trabajo; son sanguijuelas para la gran Alemania; son una plaga; hay que erradicarlos. Esto fue lo que más me chocó. Como los SS y sus familias podían vivir y disfrutar de su ocio a apenas metros de distancia de la putrefacción y de la muerte. Como lo trataban con total tranquilidad; total, era algo ya cotidiano. ¡Mirad, chicos, papá ha enviado una foto de los judíos que mató la semana pasada! ¿Veis qué quietos están, con el miedo impreso en los ojos? Merecen morir tal y como han vivido: como perros. Me aterra pensar que, para ellos, no era nada fuera de lo habitual, no era ningún escándalo. Dormían con la consciencia tranquila porque no eran realmente conscientes de la magnitud, del daño, que estaban causando, Y si lo eran—que muchos lo eran—no les afectaba en absoluto: los prisioneros tenían condiciones aún peores que las de cualquier animal, por infecto que sea.

En cierto modo, esta reflexión la despertó una parte del campo en particular: al ver los hornos crematorios con la firma de Topf & Söhne, me hice una pregunta: ¿era necesaria la muerte de todos estos individuos para el avance de la carrera política de un personaje como Hitler? No; no lo era. Ver aquellos hornos me suscitaron una tristeza y una impotencia ante la situación que dudo haber sentido antes. Esta impotencia despertó en mi un sentimiento de querer luchar contra esto, de querer volver atrás en el tiempo, tan intenso que no sabía cómo reaccionar. Me quedé en shock. El simple hecho de estar ahí, donde la muerte se produjo de forma masiva, me hizo replantearme un montón de cosas sobre el odio y el mal inherentemente humanos que me abrumó. Saber que en ese lugar habían pasado las cosas terribles que nos contaron parecía surrealista. No era posible que alguien fuera tan maquiavélico para idear ese sistema, esa máquina para matar perfecta. Lo más devastador fue saber que así fue, y que estábamos pisando las tumbas de los caídos.

Después de haber pensado en todo esto, no puedo evitar comparar la situación de in-acción, salvando las distancias, de los ciudadanos europeos y americanos ante la situación de los refugiados sirios. Me carcome por dentro saber que, la misma gente que proclama a los cuatro vientos las consignas de nunca jamás, gira la espalda a las situaciones de personas que necesitan nuestra ayuda. Es muy cómodo criticar a la sociedad de hace más de 70 años, pero si no se hace nada, la sociedad cambiará este nunca jamás por un quizás. Quién sabe lo que puede pasar de aquí a ocho años, teniendo en cuenta el panorama político actual. Al fin y al cabo, Hitler no construyó los campos de concentración en dos días.

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