Siempre me he considerado una chica sencilla, algo tímida también, pero me he dado cuenta de que la vida te va haciendo más fuerte de forma gradual, mediante obstáculos que hay que superar. Mi familia es humilde y un tanto demasiado protectora, pero tampoco puedo quejarme. Empiezo a ser mayor y quiero contribuir en casa, para ello, el otro día contacté con una señora mayor que meofreció un trabajo sencillo, como yo: cuidar de ella y de su casa, pues la mujer ya no podía hacerlo. Como era lo que buscaba y la anciana parecía tener una mirada amable, acepté, justo después de que evaluase mi timbre de voz. Algo un
tanto curioso.
tanto curioso.
Comencé a trabajar en su casa, pero al llegar la tarde, me pedía que dejase lo que estuviese haciendo para leerle algo de Stevenson, Jane Austen, Dumas o Conan Doyle. Se emocionaba justo empezar. Yo sabía que algo más se agarraba a esos libros, algo más que unos simples sentimientos de una mujer mayor.
Una tarde mientras leía, ante mis ojos escépticos e inexpertos, tomó forma un hombre etéreo, translúcido, vaporoso y con grandes ojos. Algo por dentro se me removió: no podía ser un fantasma… ¿O tal vez sí? Algo más recorrió mi cuerpo, poniéndome en guardia todo el vello. Quise gritar, pero él me hizo un gesto apacible, que me tranquilizó para seguir leyendo. Creo que es lo que quería. Estuve leyendo cada tarde como la primera, con él como mi máximo admirador. Pero… ¿La señora lo sabía? Algo me decía que sí, debía preguntarle. Al día siguiente, murió.
Continué yendo a la casa, a leer para él; sabía que le gustaba. Pero un día, dejó de aparecer, dejándome sola con mi cansada voz. Me hizo saber que ya no le agradaba.
Esto no iba a quedar así; le hice saber de mi desagrado y ahora era mi vieja persona quien necesitaba de su presencia. ¿Sabéis? Me oyó. Y siguió acompañándome hasta que ya no hizo falta.
Ivan Gil, 2º bachillerato
